La mujer pasea la mirada por las mesas de la terraza del restaurante deteniéndose en cada una de ellas, con una tranquilidad curiosa, objetiva.
Alberto la observa concentrado más en su actividad que en su belleza.
Después de cinco días luchando por conseguir el contrato y harto de reuniones inútiles, se siente aburrido y frustrado.
Tras observarla un rato con indecisión, un impulso que no reconoce le levanta.
Se dirige a ella con determinación.
-Hola –la saluda.
Queda mudo, cortado al observar sus ojos, de un gris azulado. No es muy dado a la poesía, pero ve en su mirada un cielo nublado, que amenaza lluvia. Una lluvia tan suave como parece su piel.
-No pretendo asustarla, pero la he visto aquí sola, vacilante. He pensado que quizás le gustaría cenar conmigo –le dice cuando recupera el habla.
-¿Cómo sabe que estoy sola? –responde ella.
Su voz es mucho más grave de lo que esperaba. Rasgada. Se sorprende de nuevo y vacila dando un paso atrás. No sabe si retirarse. La ha ofendido.
-Lo estoy –le dice, extendiendo su mano para sujetarlo con delicadeza el hombro antes de que marche-. Me llamo Malena. Encantada.
-Alberto –responde él mecánicamente.
Ambos se quedan parados mirándose en medio del salón.
Ella mantiene su mano y él empieza a dar otra óptica a la situación. Igual no es una turista. Podría ser una profesional, de una prostituta. La evalúa con atención. Es espectacular. Es muy alta, quizás metro setenta y cinco.
Su melena negra rizada y larga enmarca un rostro de expresiones suaves, dulcificado aún más por el gris de sus enormes ojos. Las largas pestañas abanican sin cesar como si llamara a un insecto. Él es el insecto, y quiere dirigirse exactamente hacia esa tela de araña, a esos labios rosados y carnosos. Los pómulos altos le dan una altivez que se opone a la ternura del rostro, indicando una fuerza de carácter escondida. Sugiere fuego. El conjunto es demoledor.
Su cuerpo es atlético y delgado. Lleva un vestido anudado al cuello. De color verde esmeralda Un color muy fuerte para la blancura de su piel, pero que aún resalta, más su delicadeza. Sus pechos se ven pequeños y firmes, debe tener unos veinte pocos años, quizás treinta. No es una niña. Madura, inteligente y segura. Es una mujer acostumbrada a despertar el interés masculino y sabe manejarlos.
Se despeja unos mechones del rostro y le sonríe con nerviosismo.
-Quizás deberíamos empezar de nuevo, ¿qué te parece? –Pregunta él con ansiedad no disimulada-. Si estás sola, podríamos cenar juntos.
-Creo que eso no es empezar si no ir al grano –ríe ella-. Pero si, estoy sola, y tengo que cenar, así que acepto encantada.
Alberto asiente con cortesía dispuesto a desplegar sus encantos. No suele estar acostumbrado a hablar con mujeres tan hermosas y menos a intentar seducirlas, porqué eso es lo que quiere, llevarla a su habitación. Se inquieta ante este nuevo pensamiento, pero lo siente tan certero que le resulta imposible disimularlo.
La desea.
Desea a una desconocida con nombre de tango.
Me encanta. Me encanta esa especie de doble conciencia que se despierta en el chico y que no sabe disimular. Da la impresión de que narra Malena, y está más atenta a él, que a ella misma. Besos.
ResponderEliminarBuena observación profe. Malena se está convirtiendo en una de las protagonistas de las historias que escribo paralelas (las pocas veces que tengo ganas si te soy sincera :( )
EliminarCreo que ninguno de los dos sabrá como cortar esa relación por insana y dañina para ambos, pero adictiva que es lo peor.
Extraño tu blog, aunque tengo el libro
Pero no me hagas caso que estoy muy ñoña
Te kiero