Querido romano:
Escuchó que te ibas.
Se lo dijeron los dioses, antes de que tú pronunciaras las palabras.
Sabes que lo sabía, incluso antes de que lo pensaras, de que sucediera.
Sintió tu dolor y se encogió en una bola.
Rio diciendo que la habías convertido en una escarabajo pelotero. Se hizo un nudo con piernas y brazos.
Se paralizó de tanto abrazarse.
Le pregunté por qué no florecía y me dijo que éste año la primavera sólo traería tormentas.
Luego empezó a llover durante días, más no me extrañó.
De ella, nada me extraña.
Se fue haciendo más pequeñita, dejó de comer, a penas dormía...
Esperaba el sol.
El sol de tus ojos azules.
Después llegó la noticia de que tu marcha ya era segura.
Sonrió tranquila.
Se puso su vestido más hermoso.
Levantó los brazos y volvió a despedirte.
Por milésima vez.
-Que la suerte te acompañe y el destino sepa guiarte de nuevo a mí -gritó a ninguna parte.
Ninguna Parte es un valle sombrío, las nubes acuden cada tarde, y dejan sus verdes praderas rebosantes de gozo.
Ninguna Parte es la Montaña del Alma, donde llegan las voces suplicantes de los desgarrados corazones de los amantes.
Ninguna parte es el mar de los Agostos, donde los cuerpos nacientes se bautizan con sal.
Ninguna Parte es ése lugar sagrado donde ella decidió esperarte.
¿A qué esperas para marcharte?
Ella ya no puede llamarte